Fue en un centro comercial con esa descripción que los hace
únicos: muchísima gente y lleno de luces que llamaban mi atención, donde pasé
el domingo entero.
Cuando llegue a la casa, parecía que todo ese movimiento se
había venido tras de mí, recordando todo lo que había hecho en el día: comprar
cosas que no sabía si verdaderamente iba a usar, la comida rápida que fue
servida en menos de 5 minutos y consumida en menos de 10, el cine con una
película muy buena que quería ver desde hace algunos días, etcétera, etcétera y
un poco más de etcétera.
El tiempo se iba volando acelerándome cada vez más y parecía
imposible detenerse, tanto así que me había adaptado tan bien que ahora
era una persona con esa característica tan común en nuestros tiempos: LA
IMPACIENCIA.
Pero fue esa noche cuando me detuve, todo estaba en silencio
y parecía escuchar una voz que venía de lo más profundo de mí que decía: “¡Calma!
no dejes pasar lo verdaderamente importante”.
Creí que estaba enloqueciendo, pero no, simplemente estaba
volviendo a la cordura. Esa voz es la que siempre había cuidado de mí, y había
dejado de escucharla. Algunos dicen que
es la conciencia, yo prefiero llamarle “El eco de la voz de Dios”.
Quizás lo más importante que descubrí con esta experiencia
fue que en la medida en que el ruido entra, dejo de escuchar mi voz interior, y
comienzo a vivir bajo los términos que el mundo impone.
No dejes que el ruido te haga olvidar lo que es valioso, no
dejes que esas voces entren en tu corazón y te hagan vivir bajo sus propios
términos, no permitas ser esclavo del mundo, decide ser libre y escucha esa voz
interior.
Pero ten presente que cuando “El eco de la voz de Dios” se
apaga, siempre busca llegar a tu corazón y recordarte “Lo verdaderamente
importante”, tu familia, tus amigos, la bondad, la esperanza, la paz y el amor.
Dedica tiempo a estar lejos del ruido, apaga el televisor,
la radio, el mp3, la computadora, el celular y no le tengas miedo al silencio, por que solo así encontrarás la libertad.
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